El comienzo de la noche más oscura en la Argentina
- Pablo Montanaro
- 24 mar 2020
- 9 Min. de lectura
Por Pablo Montanaro

El periodista Pablo Montanaro, autor del libro “Construcción de la memoria. Conversaciones sobre dictadura y genocidio” (publicado por Educo), reconstruye cómo fue el 24 de marzo de 1976 en la ciudad de Neuquén y quiénes fueron los primeros detenidos.
“Dejen abiertas las puertas de la Catedral, que alguien vendrá a refugiarse”. Las palabras del obispo de Neuquén Jaime De Nevares resonaron contundentes y premonitorias de lo que se venía en la noche del 23 de marzo de 1976. Los diarios y las radios ya habían anunciado la inminencia del golpe militar que se concretó a las 0:50 con la detención de la presidenta Isabel Martínez de Perón.
Don Jaime temía por la suerte que podían llegar a correr los perseguidos por una dictadura militar, una más de las tantas que sufrió la Argentina pero la más sangrienta por sus consecuencias: 30 mil personas detenidas-desaparecidas y 500 niños apropiados mediante un plan sistemático de robo de bebés. Y al mismo tiempo, con el concepto ideológico de atacar toda resistencia militante, sindical y política, utilizando la herramienta del terrorismo de Estado como método para lograr esos objetivos.
El periodista Mario Cippitelli describió la llegada de los militares a la Casa de Gobierno esa madrugada del 24 de marzo de 1976:
“Un grupo de vehículos militares y civiles llegó a la Casa de Gobierno de manera intempestiva y sin ningún disimulo. Eran las 3 de la madrugada de aquel miércoles 23 de marzo de 1976. De los autos y camionetas que estacionaron en la calle Roca se bajaron varios militares armados y se encaminaron a la puerta ubicada en medio del edificio, debajo de la torre de reloj. En aquella época esa puerta era la entrada de la residencia que tenían disponibles los gobernadores. Felipe Sapag, ganador de las elecciones en 1973, no la utilizaba ya que hacía un par de años había terminado de construir su casa sobre la calle Belgrano, a pocas cuadras de la Gobernación. El que vivía allí era el mayor de los hijos del mandatario, Luis Sapag, un ingeniero de 28 años, junto con su esposa y su hijo recién nacido. Luis se despertó cuando escuchó las frenadas y los movimientos en la calle. Se vistió a las apuradas y abrió la puerta. Un teniente coronel se presentó y le explicó la situación. Le dijo que los militares habían tomado el poder del país y que en Neuquén tenían que hacerse cargo de la Casa de Gobierno, por lo que debía desalojar la residencia. El joven Sapag le pidió que le dieran tiempo porque estaba con su mujer y su bebé. El militar concedió el pedido, pero le puso como límite las 7 de la mañana. Luis despertó a su mujer y le contó lo que había ocurrido e inmediatamente llamó por teléfono a su padre. ‘¿Usted está bien?’, le preguntó Felipe, quien ya estaba al tanto de la situación. ‘¿Su hijo está bien?’, repreguntó el caudillo preocupado. Cuando Luis lo tranquilizó, el gobernador respiró profundo, pero le pidió que cuanto antes se fuera de allí”.

Comienzo del terror
Durante la madrugada de aquel 24 de marzo, pocos neuquinos estaban enterados del golpe militar. Horas antes se habían acostado luego de escuchar por la radio y de ver por la televisión el partido que River Plate le ganó 2 a 1 a Portuguesa de Venezuela por la Copa Libertadores de América. Poca gente se acercó esa noche al Estadio Monumental, ya temiendo que era inminente el desenlace. Los corajudos que se animaron vivían el partido con la radio en la oreja escuchando que pasaba a unos kilómetros de allí, en Casa de Gobierno.
Tampoco la sociedad neuquina sabía que poco después de la medianoche un helicóptero de la Fuerza Aérea trasladaba a la ex presidenta María Estela Martinez de Perón, en calidad de detenida, a la residencia El Mesidor, ubicada en Villa La Angostura.
El Comunicado Número 1 que informaba a la población sobre el nuevo gobierno de facto se emitió a través de la televisión y la cadena de radios a las 3 de la madrugada. Luego se replicó en varias oportunidades y recién a las 10 se transmitió la jura y asunción del general Jorge Rafael Videla como presidente.
Durante la mañana del 24 de marzo, un grupo de militares se hizo cargo de la gobernación de Neuquén. A la gran mayoría de los empleados que llegaron a trabajar los mandaron de vuelta a sus casas. A muchos los terminarían cesanteando, igual que a otros trabajadores de la Legislatura. Lo mismo ocurriría en el municipio capitalino. El doctor Aldo Robiglio, quien había asumido tres años antes, también sería desplazado de su cargo de intendente.
Desde temprano, por los jardines y pasillos del edificio ubicado en Roca y La Rioja comenzaron a desfilar los nuevos funcionarios. Algunos vestían de civil, otros con uniformes militares. En toda la cuadra se montaron puestos con hombres armados. De la misma manera se multiplicaron las guardias en el barrio militar, ubicado en pleno centro de la ciudad.
Un coronel del Ejército se hizo cargo de la gobernación de manera interina hasta que finalmente asumió el general José Andrés Martinez Waldner, quien gobernaría hasta 1978 para luego ser reemplazado por otro militar, el general Domingo Manuel Trimarco.
Felipe Sapag se quedó en su casa durante todo el día a la espera de novedades, aunque sabía que no habría retorno después de aquella medida. Habló con sus colaboradores, recibió la visita de sus amigos y escuchó una y otra vez las noticias que llegaban desde Buenos Aires.

( Ramón Jure )
En Neuquén, uno de los primeros detenidos durante la madrugada del miércoles 24 de marzo, no bien los militares tomaron el poder con las armas, fue Ramón Jure, un militante de la Juventud Peronista. Eran las 2 cuando el comisario de la Policía Provincial, Manuel Arias, junto a un teniente del Ejército y un grupo de militares y policías uniformados irrumpieron en la vivienda de Buenos Aires al 1000, donde Jure dormía junto a su esposa y sus dos hijos, Jorge (10 años) y Elisa (12 años). “Dónde están las armas”, preguntaban a los gritos mientras dos oficiales interrogaban a Jure ante la mirada de espanto de su mujer y sus hijos. Luego Jure fue subido a una camioneta del Ejército y llevado a la Comisaría Segunda y de ahí a la Unidad Penitenciaria Federal 9, donde se registró su ingreso y quedó a disposición del Comando de la VI Brigada de Montaña.
A la U9 llegó el agente civil del Ejército Raúl Guglielminetti, quien subió a la víctima a un Ford Falcon y lo llevó hasta la delegación de la Policía Federal, ubicada en la calle Santiago del Estero. Durante algo más de una hora, interrogó a Jure sobre sus compañeros de militancia y fue golpeado por dos sujetos que acompañaban al “Mayor Guastavino”, como se hacía llamar Guglielminetti. Más tarde, Jure fue llevado de nuevo a la U9, donde compartió celda con otros detenidos políticos.
El 24, la ciudad había amanecido con un sol radiante pero algo fresco como anuncio del invierno. La calle Belgrano estaba cortada en ambas esquinas; policías y militares armados se ubicaron detrás de los árboles y de los autos estacionados esperando el momento para actuar ante la mirada desconcertada de los empleados de una empresa estatal.
A las 9, el grupo de hombres armados irrumpió en la casa del maestro Orlando Balbo, en Belgrano al 400, quien desde 1973 se desempeñaba como secretario de la diputada provincial del Frejuli, René Chaves.

(U9)
Como lo hiciera horas antes en la casa de Jure, el operativo era encabezado por Guglielminetti, quien apuntó a Balbo con una itaca. Después de dar vuelta la casa, los hombres armados sacaron a Balbo a la calle y lo arrojaron contra una pared. En ese instante, Balbo pensó que semejante despliegue de hombres armados “no era tanto para capturar a un gil” como él, sino que la finalidad era “aterrorizar a la población”.
Lo metieron en un Peugeot color crema donde lo acostaron boca abajo y debió soportar los pisotones de sus captores. Cuando el auto se detuvo, Guglielminetti le tapó los ojos a su “presa” que, a pesar de todo, observó que entraba a la delegación de la Policía Federal. Lo llevaron a un sótano, donde le vendaron los ojos, lo desnudaron y lo ataron a una silla metálica con las manos esposadas en el respaldo.
Durante toda esa mañana recibió golpes cada vez más violentos hasta que comenzaron con la picana. “¿Dónde está René?”, le preguntaron y ante el silencio, Guglielminetti hacía una seña para que continuaran con la tortura. En el sótano de la sede policial, Balbo fue torturado hasta dejarlo sordo y luego trasladado a la cárcel de Rawson. Junto a Guglielminetti, el jefe de la Delegación Jorge Ramón González dirigió la tortura.
Los golpes en los oídos con la palma de la mano ahuecado le provocó a Balbo la pérdida del 90 por ciento de su capacidad auditiva.
Ese 24 de marzo de 1976 para Balbo se había instalado en el país “el terror encubierto en un plan criminal que tenía como eje central impedir cualquier reacción de la gente”.

( Guglielminetti )
La Escuelita del horror
Desde 1958 fue matadero y caballeriza del Batallón de Ingenieros de la Sexta Brigada de Montaña, pero desde mediados de 1976 se convirtió en La Escuelita, el centro clandestino de detención donde las víctimas de la represión en la región eran interrogadas y torturadas.
Ubicado en el fondo del predio de esa unidad del Ejército, este centro clandestino de torturas y muertes comenzó a funcionar el miércoles 9 de junio de 1976 cuando luego de una serie de operativos de secuestro fueron trasladados hasta allí Alicia Villaverde, Dario Altomaro, Lucio Espíndola, Susana Mujica y Cecilia Vecchi. Estas dos continúan desaparecidas. Unas horas después fueron trasladadas Eduardo Paris, Alicia Pifarré (actualmente desaparecida) y Alicia Figueira.
Braulio Enrique Olea, condenado en los juicios de 2008, 2012 a 25 y 22 años de prisión por delitos de lesa humanidad, fue el jefe del Batallón entre 1976 y 1977.

( Braullio Enrique Olea)
El general Acdel Vilas, que como comandante de la V Brigada de Infantería con asiento en Tucumán instrumentó la primera etapa del Operativo Independencia -autorizada en febrero de 1975 por Isabel Perón-, ordenó a Olea montar La Escuelita en Neuquén.
Según le comentó un suboficial a un empleado de la cantina del batallón, se lo llamó La Escuelita porque en ese lugar “se enseña a hablar”, a partir de la aplicación sistemática de torturas físicas y psicológicas.
Se convirtió en el principal centro clandestino de detención que funcionó en la región del Alto Valle hasta septiembre de 1978.
Sólo una de las víctimas pudo fugarse de este centro clandestino. Fue la noche del 25 de agosto de 1976 y el escape lo protagonizó Hugo Obed Inostroza Arroyo, por entonces delegado gremial en una empresa constructora de Neuquén. Inostroza Arroyo.
Entre julio y septiembre de 1978 La Escuelita fue desmantelada. El último trabajo realizado por los conscriptos fue cubrir con cal las manchas de sangre que se desparramaban por las paredes.
En octubre de 2018 el predio donde funcionó La Escuelita fue señalizado en un acto donde participaron ex detenidos.
Por la ley nacional 26.691 se declararon sitios de la memoria del terrorismo de Estado los lugares donde funcionaron centros clandestinos de detención y tortura, o donde sucedieron hechos emblemáticos durante el accionar del terrorismo de Estado en la última dictadura cívico-militar.
En el lugar se instaló cartelería aportada por el área de Sitios de la Memoria de Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.
Además de La Escuelita, funcionaron otros centros clandestinos destinados al cautiverio ilegal e interrogación de las víctimas bajo la aplicación de torturas y tormentos en la ciudad de Neuquén, como la Unidad 9 del Servicio Penitenciario Federal, la Delegación de la Policía Federal y, en la localidad de Cutral Co, la Comisaría 14; en tanto, en Cipolletti, las víctimas pasaron por la Comisaría 24 (actual 4ª).

( Escuelita donde estaba el centro clandestino)
La U9 funcionó como lugar de alojamiento de personas ilegalmente detenidas. Además, fue centro de interrogatorios a víctimas bajo la aplicación de tormentos.
Según testimonios, algunas de las víctimas que estuvieron alojadas fueron retiradas por personal civil de inteligencia del Ejército y trasladadas a la Delegación de la Policía Federal con el objetivo de ser interrogadas y maltratadas física y psíquicamente.
Algunas de las personas detenidas ilegalmente el 15 de junio de 1976 durante un operativo comandado por fuerzas del Ejército en Cutral Co, en conjunto con la Policía Provincial, fueron trasladadas a la U9, entre ellos Sergio Roberto Méndez Saavedra, Guillermo Luis Alberto Almarza, Emiliano Cantillana Marchant y Francisco Tomasevich, posteriormente llevados al centro de detención ubicado en el Batallón.
En el caso de Almarza, mientras estuvo alojado en la U9 fue sacado al menos en tres oportunidades para ser interrogado y torturado en La Escuelita.
La Delegación Neuquén de la Policía Federal también funcionó como centro clandestino de detención. Personal de esa delegación participó en los grupos de tareas, en actividades de inteligencia antes y después del 24 de marzo de 1976, y en los traslados a otros lugares de tormentos.
Una de las primeras víctimas de la represión que fue detenida en esa delegación ubicada en la calle Santiago del Estero 130 fue Orlando Santiago Balbo.

(Orlando Balbo)
En Cipolletti, la Comisaría 24 (actualmente 4ª) fue también sindicada como centro de torturas y detención clandestina durante los primeros meses posteriores al golpe de Estado.
Se encontraba bajo control operacional del Ejército Argentino al mando del teniente primero Gustavo Vitón, quien está imputado en este juicio.
Las víctimas identificaron a algunos de los policías que actuaron en esa dependencia policial como Miguel Ángel Quiñones, Julio Héctor Villalobo, Saturnino Martínez, Oscar Del Magro, quienes integran la lista de imputados en este segundo tramo del juicio por violaciones a los derechos humanos.
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